6 nov 2010

EL BARQUERO DE LA MESETA TOCA PUERTO

El tío que vende las entradas en el Puerto de Chus me recuerda a uno de los golfos apandadores, pagamos, entramos, se trata de apurar la noche y Salamanca no ofrece demasiadas alternativas decentes. Me preparo para devolver los golpes disfrazado de uno más. Dentro lo de siempre, un montón de cuerpos vacíos de alma, mucho postureo, y el esfuerzo de la noche vertido en la última esperanza de ligue, de que no sea otra madrugada vacante de abrazos. Con varias copas de ron en la línea de flotación palpita siempre el desafío al miedo, al rechazo. La veo, una vez me comentó que daba clases en la uni, pensé en mil frases ingeniosas sobre el dolo y la culpa en un intento de demostrarla que no era uno más de los babosos que la mendigan besos, no es mi caso. Como viene siendo habitual fingimos no conocernos, me pregunto hasta cuando durará este deterioro de la amistad que pudo haber sido y no fue. Son las 6 de la mañana y me saturan las divas. Elijo el itinerario habitual, esquivar cuerpos que me acercan a la barra y me alejan de ella, supongo que en el fondo guardo la esperanza de una nueva conversación con alguna chica que sepa que lo que suena ahora son los Smiths y que sea capaz de tararear Love of Lesbian, de forma estridente.
Atrás queda otra noche perdida, conversaciones, vasos, miradas, canciones, universo charro. Y aún así me gusta, a pesar de las morenas con mirada heladora, por eso sigo saliendo a emborracharme, por justificar madrugadas y cobardías, por justificar hasta los besos derrotados. Alguien me dijo alguna vez que los fracasados no tenemos miedo, que somos inmunes al miedo. Mentía, sigo teniendo miedo a enfrentar según que miradas, igual es mi complejo de inferioridad, igual es que creo que esa chica no justifica el esfuerzo de intentar agradarla. Hartazgo de canciones conocidas. Me entretengo mirando a la multitud que puebla el bar esforzándose con intensidad en fingir pasárselo bien. Cada vez soy más intolerante con las poses, pero es el Puerto de Chus. El blindaje de los rostros, el tránsito de abrigos y cazadoras, el triste simulacro de la felicidad, el comercio de comportamientos... Veo ojos que me clasifican, pero tengo más años que la mayoría de la gente aquí y ya no vivo en vilo por esas cosas, sé que mi corazón no se va a quedar enredado en ningún nombre. Ella se va con su troupe de amigas, seguras de si mismas, abriéndose paso sin abrazos por el bar, que ahora me parece menos acogedor que cuando entramos. La noche ha vuelto a vencer, ya no me queda nada que justifique otra copa y no me apetece esforzarme por intentar resultar agradable a alguna chica a la que en el fondo despreciaré profundamente como me pasa con la mayoría de la gente. Alguien habla de pedirme otra copa, le digo que se la meta por el culo No le pienso contar a nadie lo mucho que me jode que ella se haya ido. Tal vez por eso tengo esta capacidad de sufrimiento, porque soy capaz de anestesiar mis emociones hasta desinflarlas, llevo años haciéndolo. Debería haberme resignado ya.

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