16 may 2011

PAREN EL MUNDO QUE ME SUBO

Cojo la línea 2 en plaza España para ir al curro. Es una línea que del centro se dirige hacia las afueras, hacia los barrios más feos de Charrajevo, por el camino pasa por una residencia de ancianos que parece una carcel y por un instituto que parece un orfanato de la postguerra diseñado por un arquitecto con tendencias suicidas. Tambien pasa enfrente de una tienda de Adolfo Dominguez y bajo unas vias del tren entre otros lugares feos. Siempre pienso que el conductor algún día estrellará el bule harto de tanta fealdad. Llevo los cascos puestos y acabo de apagar el MP3, le queda poca batería y rezo porque sea capaz de llevarme de nuevo a casa al ritmo de alguna canción de Ivan Ferreiro sin agotarse, además no me apetece escuchar a los Rolling con semejante panorama humano. Dentro el habitual catálogo de caretos derrotados, las actitudes de resignación, el cansancio vital. Me siento atrás y escucho la insulsa conversación de un grupo de chicos sentados delante de mi más o menos de mi edad para ver si debo catalogarles como gilipollas. Hablan de fútbol. Efectivamente son unos subnormales sin remedio. A mi lado una pareja ojea un catálogo de muebles, intentando encajar su pequeño presupuesto en sus grandes esperanzas. La estupidez debería ser considerada delito, o al menos algún tipo de enfermedad. Ultimamente me da la impresión de que hay toda una epidemia, como en walking dead. Tengo algo de resaca y estoy de mala leche por tener que currar. En días así no me cojo el teléfono ni a mi mismo, pero cuando llama mi madre como cada domingo hasta la melodía del móvil tiene un tono amenazador. Carraspeo, ajusto el gesto, modulo la voz para aparentar normalidad y pongo la voz de buen hijo telefónico que llevo usando desde los 23. Me llevo bien con ella y le digo cosas bonitas. A cambio se lanza en picado hacia mi fibra sensible y le pone ruido de fondo a la tarde. Me siento como si estuviera escuchando el mar a través de una caracola. Le digo que voy a trabajar y noto como cambia el tono de voz. Nunca le ha gustado lo que hago. Un hijo funcionario de un grupo bajo no estaba incluido en el guión de su vida. Zas! La hecatombe social, el apellido mancillado, el prestigio roto, una línea sucesoria descuartizada. Y es que ser personal de servicios es un trabajo del que huir cuando en la pescadería alguien le pregunta: Que tal el pequeño, a que se dedica?. Lo que mi madre ignora es que mi trabajo me permite tener más de 150 días libres al año y no madrugar más de 30, y si, es una mierda, pero lo bueno de un curro para retardados es que puedo hacerlo de forma automática. Es como poner en el Messenger el estado ausente. Y ausente paseo, y ausente intercambio tópicos y ausente hago camas, y cuento toallas,y escucho anécdotas de boca desdentadas y coloco bandejas isotérmicas y limpio el armario de Eladio y ausente llevo cosas de un lado a otro y le pongo una sopita astringente a quien la necesita. Es como conducir, cuestión de adoptar la marcha necesaria en cada momento. Y lo bueno que tiene es que me permite mantener toda mi atención en el otro mundo, en el retrovisor emocional. A veces en el curro también me da por meterme con la gente y tener ataques de sinceridad que nunca me piden. Los aliño con mala baba, mala baba de la buena, crianza y con sarcasmo reserva del 96. y yo en la tibieza de una tarde soleada de finde, me visualizo a mi mismo las próximas 7 horas transitando por la residencia escuchando con cascos el transistor que se desgañita en interminables goles, que nunca son del Atleti.
Y así paso algunas tardes, jodiéndome la vida.

2 comentarios:

  1. cagüen la hostia, a veces me emocionas y todo. Los enemigos!!

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  2. Lo que me emociona a mi es regresar a casa y descubrir que una vieja canción de los Rodriguez pegada a un muro todavía es capaz de abofetear a la nostalgia. Por todo eso y por mucho más, desde el jergón os maldigo...

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