3 ene 2011

DIAS SIN HUELLA, DIAS CAZURROS

Me joden horrores las putas navidades, siempre implican regresar a León a compartir el tedio de mi familia y a intentar que la expresión “un buen hijo” no me alcance de lleno. Besos de compromiso con la familia, a mi madre le gusta mi abrigo y en esencia eso es todo. No protesta esta vez por el piercing ni por el pelo alborotado. Esto degenera. La acompaño a misa por las calles de siempre, para que la gente vea que tiene un hijo formal, que no se droga, que no se mete en líos, que paga sus facturas. Mi hermana me trata con la condescendencia habitual, me abraza largamente como si yo le importara y me suelta los tópicos de rigor. Las conversaciones en esos días son una sucesión de mentiras: “si mamá, como bien, fumo muy poquito, te quiero un montón”. Y es que las verdades se me suelen atragantar. Debería decirle cosas como que se vaya olvidando de estar demasiado orgullosa de mi, que borre esa maldita mirada de madre de futbolista de sus ojos. Me gustaría contarle a mi madre que el otro día casi ordeno y limpio el apartamento, pero en el último momento me acordé de la camarera de sonrisa perfecta del Elfos y pensé que la haría feliz si me tomaba un cortado en su barra en el día más luminoso del invierno. Decirle que en ocasiones me siento solo aunque la gente que me quiere me cuide. Que de no dormir acompañado incluso he olvidado si ronco.
Decirle que me gustan cada día más las cosas pequeñas, que alguna chica me llama de vez en cuando y que un día Natalia me felicitó por algo que hice. Decirle que Paqui me hace unas tartas de queso que me llenan de felicidad. Que no me meto en demasiados problemas ni me drogo y que jamás seré alguien grande, que todas esas fantasías que tenía sobre mí cuando yo era la gran esperanza blanca se han ido a la mierda hace ya tiempo y que me conformo con no vomitar si salgo de fiesta.
La única parte buena de pasar las navidades en León es ver a Pelu, a Pibe, a Julito, a Coca, a Luis, a Pablo, a Hegel, a Da Lama. Ellos me hacen acumular razones para autoengañarme pensando que merece la pena regresar, aunque solo sea por disfrutar de nuevo unos momentos en su compañía, por jugar una portuguesa en el Danubio y agradecer tanto calor, tanta risa, tanto cuidado descuidado, tantas copas, tantos bares, tantas palabras, tantos recuerdos, tanto ponerme en mi sitio cuando es necesario, tanto todo. Amigos viejos, nuevos, los de siempre...me gustaría que supierais que la palabra amigo se va quedando diminuta si la comparamos con la punzada de melancolía que se me escapa cuando el autobús arranca.
Duermo mucho, bebo y gasto más de la cuenta y cuando la nostalgia me impide aguantar durante más tiempo la ciudad, regreso a Salamanca. Como un niño vuelve a la caja de juguetes.

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