17 ene 2011

DE MADRID AL CIELO

La verdad es que el hecho de que no fuera una ruptura como dios manda le resta dramatismo a la cosa. A veces casi hubiera preferido que hubiese sido ella la que hubiera dado ese paso. Así además de no sentirme tan culpable hubiera tenido una excusa para autocompadecerme un montón y hacer acopio de canciones de Chavela y de Radiohead y tumbarme en la cama con los ojos cerrados a identificarme con todas las canciones que escuche y a rezar por que llueva. Me gustaría poder pensar en ella dejándome llevar por la mala baba y deseando con todas mis fuerzas que pille una enfermedad que los médicos no sepan diagnosticar y jugar con la divertida idea de que algún día me necesitase y ese día escojonarme en su puta cara y dejarla sumida en un mar de lágrimas rogándome que vuelva y suplicando por tenerme. Lo que viene a ser esa ruptura post-adolescente de manual, donde el día que te animas un poco es solo para al poco tiempo volver a caer en la atribulada negrura de la depresión. Pero ya digo, no es el caso. El caso es que ella y yo ya no estamos juntos, que la vida pudo más, que nuestros proyectos vitales diferían y que ya no somos pareja y ahora nos autoconvencemos en cada visita de que solo queda la amistad y que es un nuevo nivel en la relación y todas esas cosas... Pero que quereís, es verla llegar con una camiseta blanca y un vaquero y ver la sonrisa que me despacha si está contenta y me entran todas las ganas del mundo de fundirme el invierno en sus brazos.


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