17 feb 2011

INVIERNO SUCIO

Llueve en la calle. Parece ser una de esas tormentas traidoras que de repente se convierten en pequeños diluvios, como si Larry Mullen se marcase un solo sin avisar al resto de la banda. La ciudad se me asemeja a un pollo mojado y yo mañana tengo que currar. Miro por la ventana de la terraza con los codos apoyados en el alfeizar. La calle está desierta, solamente veo un gato. Se desliza con elegancia, como un traficante de heroína paseando por su antiguo barrio, rozando el contorno de la pared para no mojar su culo de gato. Ha llegado hasta la esquina y se ha parado. Un perro atado al semáforo lo mira lleno de curiosidad. El gato lo observa de reojo, como a sabiendas del poder que irradia su jodida libertad que el otro no posee. Ocupado en sus pensamientos de grandeza no se percata de la pequeña cascada de agua que cae desde el esqueleto metálico de un pequeño andamio y a la que poco a poco se va acercando y que termina por derramarse sobre su cabeza de felino que tras perder todo su orgullo sale huyendo como si se lo llevaran los demonios.
Observo la escena con gayumbos adornados con letras y sonrío pensando en lo cómico de la situación. Curiosamente al alzar la vista descubro a una anciana de 200 años que me sonrie desde su ganchillo. Sin duda debe ser por culpa de las letras viciosas de mis calzoncillos y, aunque me siento un poco como el gato, ni siquiera cambio de postura.
Hace frio, tiro el cigarrillo a la calle y me meto dentro. Son momentos extraños estos que paso en soledad charlando conmigo mismo; desde que se fue la última mujer que estuvo en casa. Aunque no me preocupa, volverá ella u otras con sus catálogos de proyectos futuros, sus cabezas en forma de laberintos… llegarán otras y también se marcharán, como ese rio improvisado que imagino se desliza por la Avenida de Italia una vez que las alcantarillas han agotado su cupo de almacenaje y distribución y vomitan aguas turbulentas.
De repente las nubes aumentan el ritmo de producción y provocan el pequeño diluvio que yo presagiaba. Larry ha vuelto a olvidar avisar a la banda. Busco un Cd de U2 y lo pongo en el equipo. Ni siquiera el sunday bloody sunday consigue arrebatarme de mi mutismo. Soy un autista de 35 años que mañana vuelve a ejercer de chico para todo de lujo soportando gilipollas con una sonrisa y con ese uniforme tan hortera que me hacen llevar. El teléfono me saca de mis ensoñaciones. Le quito volumen a la minicadena, carraspeo, descuelgo y contesto. Una voz un tanto amargada me pregunta por Julia. Le digo que no la conozco pero que tiene un nombre interesante. Me manda a la mierda y cuelga. Espero que no grabe el número. Si no esta madrugada me cagaré en su puta madre y a él le parecerá interesante. Saco un Ginger-ale del frigo y lo bebo con sorbos de pobre. Es el último y, en una tarde como hoy, no bajaría a por otro aunque Wynona Ryder me lo sirviera en top-less. Dan las ocho en algún lugar. Bostezo. Fuera llueve al ritmo que marca Larry, y mientras tanto el último trago de Ginger-ale resbala por mi garganta. Y yo, con la mejilla aplastada contra el cristal, mis gayumbos paqueteros adornados con letritas y mi cerebro dando vueltas como una lavadora, me dirijo haciá el corazón de otro invierno sucio y atrayente.

2 comentarios:

  1. Estimado Turnedo, este blog ya va cogiendo color. Son casi las 3 y aquí me tienes enganchada leyéndote, de hecho me disponía a contestar a tu última entrada que por cierto, no era ésta hasta hace un momento. Así que tomo mis datos personales y me los llevo a dormir. Quizás mañana pulse el play..?

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  2. A punto de darle al play, a punto de contestar... no se deje usted zancadillear por la pereza ni por el "que dirán", porque dirán "envidia", como siempre

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