15 ago 2011

ME ENTRA FRIO POR LOS OJOS

Era una tarde de sábado y lo único que la diferenciaba de las demás es que estaba en León tirado en casa, perdiendo el tiempo, intentando descansar de mi ciudad de nacimiento (que no de adopción) de unos cuantos duros días de familia. Como siempre me ocurre, era incapaz de hacer nada de lo que me había propuesto hacer cuando viniera, ni siquiera había llamado a la mayoría de la gente. Tampoco era capaz de relajarme porque estaba resacoso y somnoliento dando vueltas en ese sofá de cuero negro que tiene mi madre y yo no. No podía descansar porque el cuerpo me estaba pidiendo algo que hacer y yo no era capaz de tener la mente en blanco porque acababa de recordar que la nevera estaba vacía de algo que me gustara y no comiera habitualmente. Decidí interrumpir aquel ocio y acercarme dando un paseo al Continente (que por mucho que ahora se llame Carrefour en León llamamos aún Continente). Todos hemos caminado alguna vez por uno de esos aburridos pasillos empujando un carrito. Todos nos hemos dejado llevar por ese hilo musical de mierda que le pone banda sonora a la compra de mil artículos inútiles que hemos adquirido porque estaban de oferta irresistible. Como todos lo hemos hecho no voy a contar mi caminata en busca de morcilla cazurra, pizza, helado y chucherías. Lo que tiene de especial ese día es que cuando ya estaba a punto de acabar, al llegar a la sección de hogar para buscar papel de cocina, me pareció ver la cara de alguien conocido vestido con el ridículo uniforme de esa gran superficie. Si, a aquel tipo que debía tener mi edad le conocía. Era el imbecil de Toño. Un viejo compañero de estudios en el colegio. Me senté cerca de él en alguna clase un par de trimestres de 7º y 8º. Parecía un buen chico; el típico tío sin personalidad con aspecto inocuo que reía tus gracias, te pedía los apuntes y hablaba de la última necedad que había visto en la tele. Un día le dije que escribía poemas.
Justamente era la última persona que habría esperado que pintase con grandes letras en mi pupitre las palabras "maricón hijo de puta" hasta cubrir casi toda la superficie. Recuerdo que el muy cabrón lo hizo y después dejamos de hablarnos sin que hubiese vuelto a verle la cara hasta hoy. Durante un momento no supe si acercarme a él y saludarle, pensando que igual podía ofenderle al ser más que evidente que la vida me estaba tratando bastante mejor que a él. Mi habitual despiste me impidió darme cuenta de que mientras todo esto me daba vueltas en la cabeza estaba posado a tres metros de él sonriendo. Nuestras miradas se cruzaron y tardé un rato (mi habitual empanada) en descubrir la situación que había creado. El tiempo justo para saber que en ese mismo instante, él tambien se había acordado de mi y me había vuelto a llamar "maricon hijo de puta" en sus pensamientos. Caí en la cuenta de que todo lo producia la envidia. Recordar la broma de mal gusto de hace 23 años y esa mirada que había tratado de mostrar desprecio mientras subía paquetes de pañales en una gran estantería del continente estuvo cerquita de joderme el sábado. Luego todo mejoró.
Cuento esta historía idiota por no contar que cada vez que entro en el Gargantua me cuesta escaparme de allí o lo cerquita que estuvieron de condenarme al descontento unos tacones new yorkinos que no existían en el Punto y unos ojos infinitos que me demostraron en el Berlín que en León no solo hay un modelo de chicas. Eso ya lo contaré otro día... o no.

2 comentarios:

  1. Me gusta pensar que también descubriste algo nuevo de ti, ese era mi secreta intención, bueno, en realidad planeaba matarte al final de la noche y cortarte en trocitos pero como te fuiste antes que yo ése era mi plan B; por cierto hay personas que nunca cambian lo interesante es que no te importe. un abrazo

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  2. A veces,como era el caso, no hace falta marcharse para no estar. Siento defraudarte,pero no aprendí nada nuevo en mi, en cuanto a lo de cortarme en trocitos ya lo hiciste (probablemente sin saberlo) y es que las disecciones se saborean mejor cuando no están planificadas. Un abrazo estático e indiferente.

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